Me senté a esperar en el suelo
a la sombra de un molino en ruinas.
El mundo, tras el parapeto de su pecera,
giraba en círculos frente a mí
como una danza mansa de sonámbulos.
Imágenes fantasmales
-ojos, cuerpos, picos, dientes, escamas-
se agrandaban un instante
al acercarse.
Y luego seguían su rumbo indiferentes.
Pasó un cuervo. Y un lobo.
Un monstruo alado y un loco.
Pasó un niño. Y un viejo.
Un sabio y un triste.
Pasó un recuerdo,
riendo como una hiena.
Y lanzó una mirada boba,
como si yo no estuviera,
hacia el molino.
Me cansé de esperar
sobre la silueta oscura de las ruinas.
Y al levantarme quise tocar, antes de irme,
la pared de la pecera.
Pero nada había.
Ni cristal, ni molino, ni sombra.
Solo yo -otro fantasma-.
Y el peso de la espera. ©