Había encontrado en los ojos de aquel hombre un reactivo que hacía legibles las historias aradas en su piel blanca con la tinta invisible de lo ignorado. Y vio cómo empezó a leer los surcos en su rostro, en su cuello, en los brazos…
-¿Qué ves?, le preguntó en voz baja.
…en el pecho, en su vientre, en las piernas. Por todas partes labrada.
– Canciones de cuna-, dijo al fin en un susurro. -Responsos. Letanías y trovas. Muchas palabras de adiós. Poemas que no comprendo-.
– Léeme en voz alta -, suplicó.
Pero entonces apareció el viento.
– No es posible- le oyó decir. -Ya no está. Ni ha estado nunca. Te has despertado.- ©
La tinta invisible
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