Cerró los ojos. Se la llevó con el pensamiento hasta el claro de un bosque encantado que había dibujado para ella. La ató con delicadeza a un hermoso árbol. “Tienes que quedarte aquí. He de olvidarte. Te amo”. Sin mirarla, echó a correr y se perdió en el bosque dejándola atrás. Abrió los ojos. Era verdad. Ella ya no estaba. Pero él tampoco. Se había ido a buscarla. ©
Archivo por meses: febrero 2015
Lobos
Esa noche, cuando empezaba a dormirse, escuchó aullar a sus lobos. A todos menos a uno. Silencioso e inmóvil, el lobo encadenado esperaba al sueño. Sólo cuando el mundo se apagaba se atrevía a emerger de entre las sombras arrastrando unos pasos sus cadenas.
– ¡Vete!- le gritó al verle frente a ella.
–No puedo- respondió el lobo. -Me tienes atado-.
Se tapó la cara con las manos para dejar de ver su imagen en el espejo. Y en la quietud del sueño, donde nadie podía oírla, aulló. ©
Háblame
– Confío en ti.
– No lo hagas.
– No te hablo a ti. Ni hablo yo. Lo hace la persona que llevo detrás de mí y me sostiene. Es ella la que habla a ese que también a ti te sostiene desde atrás. Déjales.©
La puerta
Temblando, toqué a la puerta de mis miedos. Estaban en casa. Podía oír sus tenebrosas letanías reptando hacia la entrada. Acercándose. Pero no me abrieron. Temían que me atreviera a mirarles a los ojos. Eché la puerta abajo. Y no había nadie.©
Adiós
Todo se hizo añicos. Espejo roto frente a espejo roto. Vi cómo su imagen se rompía en mí. Y la mía en él. Aristas del otro hendidas en un alma descarnada, sin follaje. Expuesta. Lo peor no era el dolor, sino el frío.